lunes, 8 de octubre de 2007

Capítulo 2

Me levanté la mañana siguiente sintiéndome mucho más liviano y despejado. Supongo que el hecho de despertar con la luz del amanecer (por temprano que sea) es siempre mucho mejor que despertar con el brusco pitido de un despertador. Ese día me dejaría ver por las instalaciones del Hotel. Esperaba que mis paseos fueran, además de placenteros, fructíferos.

Llené una copa hasta casi el borde con zumo de naranja recién exprimido
(almenos eso anunciaba un letrero en 6 idiomas) en el bufet . Puse en mi plato un par de tostadas y unas lonchas de embutido. De pasada por el mostrador principal, cogí un periódico y lo puse en mi bandeja junto con lo demás. Tras un ojeo rápido sobre las primeras páginas no pude dar crédito a lo que estaba leyendo: Lord Maxwell se encontraba en Toledo por esas fechas. Lo que era más sorprendente: se alojaba en el mismo hotel donde yo estaba desayunando en ese mismo momento. Aún no estaba muy seguro, pero era muy probable que Lord Maxwell tuviera algo que ver con lo que me había traido a la Ciudad Imperial.

Ese personaje era algo fuera de lo común. A pesar de los rumores de bancarrota que lo perseguían, siempre aparentaba ser un adinerado miembro de la jet set. Sus sortijas en los dedos anular y meñique de la mano derecha, sus camisas de diseño, su pelo poco canoso cuidadosamente peinado, su medallón... todo hacía ver que Lord Maxwell no era un simple ciudadano de a pie. En ese momento, hubiera apostado a que conservaba (si no es que había ampliado) su participación en el 53% de una multinacional dedicada al transporte por tierra, mar y aire con unos más que apetecibles beneficios y expectativas de crecimiento.

Si antes hubiera leído sobre ese hombre, antes hubiera aparecido: en ese mismo instante, el mismo Maxwell cruzaba el umbral acompañado por su inseparable Janinne o Jacqueline, una bella joven de no más de 18 ó 20 años que siempre era vista en compañía del empresario. Siempre con su misma expresión de apatía mezclada con un cierto tedio, un cierto desprecio por el entorno. Apenas hablaba con su acompañante. Eso, cuando estaban juntos porque, si bien ya he dicho que eran inseparables, no he dicho que la joven idolatraba más a su Porsche Cayman que al adinerado señor que se lo regaló. Y no la culpo. Es un gran coche.

Mientras ellos tomaban asiento, fui paseando mi mirada por el comedor. Al parecer, una mujer que leía el periódico sentada en una esquina también había advertido la presencia de Lord Maxwell y su joven acompañante. Cruzó una larga mirada con ella que guardaba más recelo que respeto. La chica morena le respondió con un gesto de análogo significado. Supuse que se conocían. En otro espacio de la sala, un hombre de unos trenta y pocos años tecleaba en su portátil mientras bebía café. Frente a él, sentados en una mesa redonda, una familia se preparaba para ir de excursión por un pueblo cercano. Los padres (de unos treinta años), trataban de conseguir la atención de sus hijos pequeños. No creo que el mayor tuviera más de cinco años. El pequeño era lo suficientemente mayor como para andar pero no lo suficiente como para hablar con la claridad con la que hablaba su hermano. Por último, culminaba la población del desierto salón una chica que no se movió de su taburete cerca de la barra desde varios minutos atrás. Arrancaba tiras a su cruasán como si tuviera que durarle todo el día.

Miré mi reloj y me puse en marcha. Aquél día sólo necesitaría de mi cuaderno y de energías suficientes. Ese día iba a ser largo. Y cómo.

jueves, 4 de octubre de 2007

Capítulo 1 // Ĉapitro 1

Próxima parada: "Toledo". Final de Trayecto.


"Final de trayecto". Una de esas cosas que se dicen sin pensar, porque toca decirlas, porque las dice todo el mundo en una situación concreta. Apuesto a que la chica que grabó esa frase para la megafonía del tren no se imaginó lo equivocada que estaba. Al menos en mi caso. Si fuera yo, no hubiera usado esa expresión.


Me asomé, desde el vestíbulo de la estación al exterior. El sol del atardecer cegaba mi vista así que, en un primer vistazo apenas pude ver con claridad el Alcázar y las Murallas. En cualquier caso, desde la estación poco podía ver. La distancia y el ángulo no eran los idóneos así que decidí poner remedio a ese impedimento físico con el siguiente taxi que pasara ante mí.


El trayecto discurría paralelo al Tajo, pasando por cerca de las casas de los campesinos que viven entre la estación y un meandro del río. Quién sabe. Quizá una de esas casas es el famoso palacio de La Galiana que mandó construir un rey en la leyenda y que Alfonso VIII se encargó de rehabilitar, según comentan, para agradar a su amante judía. En cualquier caso, el entorno lo hacía de lo más apetecible para que, rey o campesino, uno se perdiera en esos parajes llenos de vida.


Al llegar al hotel lo tuve claro. No me iba a ir de esa ciudad sin apreciar los encantos de, al menos, la zona antigua así que le ordené al conductor que no se detuviera, que diera la vuelta en la siguiente glorieta que encontrase y que me llevase a la plaza del Zocodover, que ya me las apañaría yo.


Lo cierto es que Toledo no es una ciudad muy grande en extensión. Y menos la zona del Centro Histórico. Si has visto el eje Alcázar - Zocodover - Catedral - Ayuntamiento ya lo has visto todo. Pero aún así, deambular por sus calles, otear desde la lejanía del Alcázar la Academia de Infantería, pasar por el edificio central de la Universidad, sentir el frescor del río sin tocarlo o fijarse en la vetusta decoración de las fachadas no tiene precio.


Bajé dando un paseo a la parada de autobús que quedaba ya fuera de las murallas y me dirigí al hotel, ahora sí. Había sido un viaje rápido pero yo estaba agotado. Necesitaba ducha y cama en proporciones desiguales así que decidí posponer cualquier pensamiento y preocupación para la siguiente jornada.


«Será un día largo.»
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Venonta haltado: "Toledo". Fino de la vojaĝo.

"Fino de la vojaĝo". Frazo tia, kia oni diras sen pensi, ĉar direndas, ĉar ĉiuj diras ĝin en iu konkreta situacio. Mi kredas, ke la knabino kiu surbendigis tiun frazon por la megafona sonizado de la trajno ne imagis kiom da malprava ŝi estis. Almenaŭ en mia kazo. Se estus mi, kiu devus esti dirita tiun frazon, mi ne estus uzinta tiun esprimon. Mi eliretis el la antaŭĉambro de la estacidomo al la maleno. La vesperiĝa suno blidumigis min, do mi ne povis, en unua rigardado, vidi klare la Alkazaro (praa Fortreso) kaj la Muregoj. Tamen, mi malmute povus vidi el la estacidomo. La foro kaj la angulo ne estis taŭgaj do mi dicedis finigi tiun fizikan obstaklon per la sekva taksio kiu veturus antaŭ mi.


La veturado estis paralela al la Taĥo, irante apud la domoj de la kampuloj kiuj loĝas inter la estacidomo kaj unu meandro de la rivero. Eble iu el tiuj domoj estas la fama palaco de La Galjana kiun reĝo el legendo konstruigis kaj kiun estis plibonigita de Alfonso la 8a, laŭdire, por feliĉigi sian judan amantinon. Ĉiukaze, la ĉirkaŭumo faris ĝin tre agrabla por sin, ĉu reĝo ĉu kampulo, perdi en tiuj lokoj plenaj de vivo.


Kiam mi alvenis al la hotelo mi tute certis. Mi ne forirus de la urbo sen spektumi la belaĵojn de, almenaŭ, la antikva zono do mi ordonis al la ŝoforisto, ke li turnu en la sekva trafik-cirklo kaj ke li portu min al la placo de la Zokodover (antikva arabtipa merkatplaco), ĉar mi sole scius kien iri.

Fakte Toledo ne estas granda urbo. Kaj la Historia Parto estas ankoraŭ pli malgranda. Se vi jam vidis la akso kiu unuigas la Alkazaron - Zokodoveron - Katedralon - Urbestrejon vi jam vidis ĉion. Tamen, rondiri tra la stratoj, vidi je la foreco de la Alkazaro la Akademion de Infanterio, promeni apud la centra konstruaĵo de la Universtitato, farti la frideton de la rivero sen ĝin tuŝi aŭ rimarki la antikvuman dekoradon de la fasadoj estas senpreza.


Mi malalteniris promenate ĝis la bushaltejo kiu estis malene de la muregoj kaj mi iris, jam, al la hotelo. La vojaĝo estis rapida se mi fartis lacega. Mi bezonis duŝon kaj liton je malsamaj proporcioj do mi dicedis prokrasti ĉiun pensadon kaj zorgon por la sekva tago.

«Estos longa tago.»