miércoles, 19 de diciembre de 2007

Capítulo 3

La mañana parecía estar invitándome a dar un garbeo. No tenía ninguna prisa. Eran las 8 y el registro civil no abría hasta las 9. Ésa sería mi primera parada en la ciudad (después del hotel). Cuando aún paseaba por la Avenida de la Reconquista, recibí una llamada. No recordaba el número de quien llamaba pero llega un momento en tu vida en el que conoces a tanta gente que no recuerdas a quién le diste tu número de teléfono así que descolgué sin hacer el más mínimo esfuerzo por adivinar la identidad de mi interlocutor.

- ¿Bern? ¿Eres tú?
- Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?
- Soy Kenneth. ¿Una semana y ya no recuerdas a tu compañero de trabajo? Mal vamos.
- ¿Qué haces levantado tan temprano? Para ti esto es mucho madrugar. Además, ahí deben ser las 7 de la mañana.
- ¿Ahí? ¿Tú dónde estás?
- Ya te lo dije. Estoy en Toledo.
- ¿Toledo? ¿Qué pintas en Portugal? Además, ¿allí no es la misma hora que aquí?
- Pues sí, lo es pero Toledo está en España. A no ser que haya pasado algo gordo y yo no me haya enterado aún.
- Si tu lo dices... – A veces su relativismo me hacía pensar o que era demasiado inteligente o que no se enteraba de nada. Nunca daba o quitaba la razón del todo a nadie. – Dime, ¿qué haces en esa parte del planeta?
- He venido por lo de 23 signals.
- ¡Vaya! Mi viejo amigo ha sacado del baúl el traje de superhéroe que tenía guardado y ha decidido aventurarse. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
- Ya sabes, el tiempo libre es malo.
- Pues te echas una novia. En fin. Te dejo que estoy llegando a casa.
- ¿Ahora?
- Sí. Algunos tenemos vida nocturna. Incluso fuera de la madriguera. Ya me entiendes.
- Ya me contarás.

Kenneth era el mayor hijo de puta que conocía. En todos los sentidos. Incluso en sentido propio. Sin saber cómo, ha acabado trabajando para la Universidad de Liverpool. Se licenció a duras penas en Física y luego se sacó Traducción e Interpretación en sus ratos libres (que no eran pocos) pero si no lo conocieras, no acertarías qué ha estudiado. Sabe hacer de todo y bien pero es de los que no dan un palo al agua si no quieren. Vive a pocos minutos a pie de la universidad y aún así llega siempre tarde. Muy tarde. Para él no hay horarios ni calendarios. No cree en los plazos de entrega pero cuando quiere hacer algo es el más riguroso. Su campo de trabajo es cualquiera en el que él pudiera interesarse. Una vez estuvo realizando un estudio sobre un escritor noruego que le encargó una editorial donde trabajaba un familiar suyo. Después de seis meses de búsqueda bibliográfica, quemó todos sus apuntes sobre el tema porque se había basado en una entrevista que tuvo con un heredero del dramaturgo en la que había algunas imprecisiones y volvió a empezar por el principio. Le costó otros seis meses de excedencia en la universidad y un gasto muy grande para la editorial pero gracias a él pudieron publicar una colección de novelas que permanecían manuscritas e inéditas en un sótano de un piso de mala muerte cerca de Oslo.


Anoté en la memoria del teléfono el número desde el que Kenneth había marcado, cerré la tapa y proseguí mi camino. «Qué curioso», pensé «mira que acordarse de llamarme a esta hora y no felicitarme el cumpleaños». Sonreí y me puse los auriculares del mp3.