miércoles, 19 de marzo de 2008

Capítulo 7

- ¿Y esta libreta?

- "Buenos días, Arantxa, ¿qué tal estás hoy? Siéntate conmigo y pídete un café" ¿no? Por lo menos podrías haber dicho eso para empezar.

- Sí. Ya. Pero eso ya te lo has dicho tú. Insisto en lo de la libreta.

- Qué pesado eres, Javier. ¿Tanto te importa la libretita?

- Mujer, casi no te veo por casa últimamente. Quien no nos conozca pensará que no eres mi hermana sino una inquilina.

- Ya. Bueno. He estado ocupada.

- Con las clases de inglés, supongo.

- ¡Oix! No se te escapa una.

- La libreta... o la agenda, lo que sea.

- No es una libreta. Es mi diario.

- ¿Todavía lo escribes?

- Ahora parece que eres tú el extraño. Llevo escribiéndolo desde hace meses. A veces me gusta leerlo y recordar cosas que pasaron.

- El pasado es mejor dejarlo donde está.

- Ya. Pero a mí me hacen gracia este tipo cosas. Es como la gente que guarda las entradas del cine o los billetes de metro de las ciudades que visita.

- Visto así...

- Además, yo no escribo con mucho detalle. Sólo apunto alguna frase que me ha parecido ingeniosa, ... cosas así.

- A ver, déjame ver...

- ¡Javie...!

- ¡Trae acá!

- Maldito...


20 de junio

A penas he podido disfrutar del viaje en tren. Ni siquiera me ha dado tiempo a fijarme en el paisaje. No sé si han sido los nervios o las ganas de llegar o más bien un poco de las dos. Al llegar a Atocha, me estaba esperando. Me ha dicho que si no me importaba ir dando un paseo. Lo cierto es que hacía buen tiempo así que acepté su oferta. De camino al restaurante me habló de lo poco acostumbrado que estaba a que aún fuera de día a esas horas. Me dijo que cualquier paisano suyo se hubiera desesperado si a esas horas (aún no eran las nueve y media) no hubiera cenado ya. El restaurante no estaba muy lejos de la estación. Durante la cena estuvimos charlando de nuestras vidas. Me contó que su padre conoció a su madre casi por casualidad en una comida de negocios en Santander. Ella era la intérprete de una empresa. Él, un joven e inexperto comercial hijo de una japonesa y un alemán que regentaban una modesta tienda en Birminham desde hacía más de 20 años. Tres meses más tarde él volvió a España chapurreando el castellano. La fue a buscar a ella. Historias como esta hacen que me guste más la realidad que la ficción de los libros y las películas. ¿Por qué no me pasarán a mí cosas como ésta para poder contarlas?  
- En fin - dije poco antes de que nos trajeran los postres- ¿qué es eso tan complejo en lo que estás trabajando? No creo que te hagan falta tantas fotocopias para hacer un árbol genealógico.

¡Bam!
Muy hábil. Era este el momento de hablar de trabajo ¿verdad?
No vas a aprender nunca.
Mierdamierdamierda


- Vaya, hermanita. Espero que Arturo Pérez-Reverte no haya registrado esa última palabra porque si no te vas a gastar un pico en royalties.

- Eso si lo hubiera publicado.

- Tengo ganas de seguir leyendo.

- Eres un indiscreto.

- Lo dices como si fuera algo malo, casi tiemblo.

- Ja. Ja. Ja.