viernes, 16 de enero de 2009

Selección

Hay veces en las que uno tiene la autoestima tan alta que ya no le basta con creérselo uno mismo, hay que dar un paso más, conseguir algo más difícil todavía: hacer que sean los demás los que se crean que tú eres lo mejor y cuando digo lo mejor no me refiero a la gama de productos de marca blanca que pueda ofrecer una cadena de supermercados ni al potencial de apurado de una cuchilla de afeitar de diseño. Conseguir que el prójimo se vanaglorie del mero hecho de haberte conocido requiere que tu autoestima sea tal que sobrepase las fronteras de tu propio ego y se instale en el de los demás. Hay veces que un halago es más que un regalo y, nos guste o no, ese tipo de cosas suben mucho la autoestima y, con ella, la sensación de realización, de satisfacción.


Es por eso por lo que un día decidí presentarme al casting de un reality show nuevo, aún inédito en mi país. No es que quisiera entrar en el programa. De hecho estaba pensando renunciar a mi plaza en él en la última fase de selección si finalmente me elegían. Yo sólo quería que alguien echara un vistazo a un montón de papeles con datos sobre mí, me mirara a la cara y me dijera eso de «enhorabuena, has sido seleccionado», el reconocimiento, la autoestima, el ego, vaya. A mí el programa me daba más bien igual. He visto programas mejores. Concursos de preguntas por ejemplo. Esos son mis favoritos.


Pasé sin gran problema la primera fase de selección. El test psicotécnico. No era complicado: bastaba con no marcar respuestas del tipo: “le daría una paliza”, “creo en la existencia de una raza aria” o “¿Capital? ¡Yo no sabía que Valladolid tuviera capital!”. En ese sentido me considero una persona equilibrada. Cuando acabamos el test nos dieron unos minutos de descanso tras los cuales una chica se subió a la tarima. A pesar de ser bajita se notaba que sabía qué quería de la vida y cuánto estaba dispuesta a pagar por ello. Se la veía resuelta y espabilada, el típico carácter de alguien que trabaja organizando rebaños de personas como los candidatos a formar parte de un casting. Controlar un rebaño de animales es complicado porque los animales no entienden el habla humana ni comparten nuestros objetivos. Controlar un rebaño de personas es, si cabe, más complicado aún porque, a pesar de entender las instrucciones, las personas vamos a nuestro aire y tenemos la capacidad de decidir si obedecemos o no a lo que se nos dice. Esta chica que entró como una exalación por la puerta y se subió al estrado sabía hacerlo. Le bastó levantar la mano con la que no estaba sujetando una carpetilla para que tods la miráramos como lechuzas.


-A ver – dijo fuertemente pero sin chillar – ahora os llamarán uno por uno para haceros una entrevista personal en la que pondrán a prueba vuestras capacidades comunicativas y de expresión. Quien supere esta prueba podrá pasar a la tercera fase, la de improvisación en una situación ficticia.


No tuve que esperar mucho para entrar porque nos iban llamando en el mismo orden en el que habíamos entregado los tests. La mesa ante la que me encontraba desnudo (sólo en un sentido escénico, por suerte) estaba poblada por un peculiar cuarteto: la psicóloga erguida que al hablar miraba por encima de sus gafas, el productor ejecutivo con chaqueta y jersey de cuello alto, un personaje del famoseo de mercadillo que había accedido a hacer de jurado y el ganador del concurso en una edición extranjera. El productor se incorporó de su postura pasota, acercó su cuerpo a la mesa, apoyó sobre ella los antebrazos, como si quisiera llegar hasta donde yo estaba pero como si no pudiera porque la mesa se lo impedía. Le echó un vistazo a una pila de papeles con datos sobre mí, me miró y me preguntó


-¿Qué cualidad humana consideras que es la más importante de todas?
-La lealtad – dije sin pensármelo un segundo. Odio a los traidores-.
-Ya, pero con lealtad no se come. Dime otra.
-La razón – respondí al cabo de poco. Más humano que esto no hay nada.
-Tienes razón pero con razón no se come. ¿No tienes más?
-La cultura, en cualquiera de sus manifestaciones – era mi última palabra. Él me había preguntado qué cualidad consideraba YO más importante y eso no lo puede decidir nadie por mí.
-Cierto, la cultura es muy importante pero con cultura no se come. Inténtalo de nue...


No lo dejé terminar la frase. Me arranqué la pegatina con mi nombre de pila, el nombre de la provincia donde vivo y un número de cinco cifras que tenía pegada en la solapa de la camisa y la tiré al suelo mientras me daba la vuelta y me disponía salir de esa sala.
-¿A dónde vas? - Me preguntó el productor ejecutivo con chaqueta y jersey de cuello alto.
-A comer solo. No estoy tan necesitado de autoestima.


8.ene.2009

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